Yo sí. Y fue maravilloso. Quizás la mejor experiencia de mi vida.
Este domingo en el programa Cuarto Milenio, salió un cirujano que había tenido una experiencia cercana a la muerte. Había estado muerto o casi y tuvo una experiencia que describió con los detalles más o menos típicos de estas experiencias. (Que también las hay negativas, pero no se cuentan).
Destaca sobre todo la gran paz y felicidad al acercarse a la luz, de tal manera que cuando "volvió a la vida" en absoluto estaba contento. Tenía frío, dolor. Nada que ver con aquella experiencia.
Después Iker Jiménez comentó otro caso parecido (creo que de un electricista) que le había dicho que estaba tan feliz en aquel sitio que no quería volver ni por su hija.
Pero hay una parte de la entrevista con el cirujano que enseguida me llamó la atención, porque, yo, que nunca he tenido una experiencia cercana a la muerte, sí experimenté no hace mucho uno de los episodios que narró. Incluso la forma que lo explicó me recordó vivamente lo que yo experimenté.
Se trata de la omnisciencia.
En un momento el cirujano dijo, que sintió como que lo sabía todo, como que un misterio se había desvelado. Explicó, es como si se te pierde algo y descubres que te lo escondió el perro y dices ¡ah, era eso...! No era entonces, tan misteriosa la desaparición.
Exactamente. Yo sentí eso. En un momento sentí una fusión y una omnisciencia. Sentí que lo sabía todo y que el misterio se había desvelado. Un misterio que en ese efímero momento conocí y que no recuerdo en absoluto. Pero sí recuerdo ese "¡ah, era eso...!", como "ya lo sé". "Sólo" era eso y ya lo sé. Y lo sé todo. Y me fundo con la luz y soy descomunalmente feliz. Y sólo duró un instante que fue maravillosamente eterno.
Como el cirujano y el electricista, uno no es que le pierda miedo a la muerte, es que está deseando morir.
Y dirán que son los medicamentos, la falta de oxígeno o lo que quieran, pero después de estas experiencias uno comprende en su total plenitud aquellos bellísimos versos de Santa Teresa de Jesús:
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
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